A principios de 1815 Napoleón Bonaparte estaba exiliado en una diminuta isla del Mediterraneo mientras las llamadas Potencias Europeas dibujaban a su antojo el nuevo mapa de Europa en el Congreso de Viena. Esas mismas potencias le habían derrotado meses antes en la batalla de Leipzig que luego se llamó pomposamente “Batalla de las Naciones” seguramente porque todas las naciones (Inglaterra, Austria, Prusia, Rusia, Suecia,…) se aliaron contra Francia (o mejor dicho, contra Napoleón). Por fin se había derrotado al gran advenedizo. ¿Por fin?
Me hubiera gustado ver la cara de los representantes de esas Potencias Europeas cuando recibieron en Viena la noticia de que Napoleón había escapado de su isla y avanzaba hacia Paris con un puñado de soldados que iba creciendo día a día con nuevos voluntarios, cansados (otra vez) de que los gobernara (mal) un Borbón. Este Borbón era Luis XVIII, que no tuvo problema en aceptar la corona que su hermano se había dejado en la guillotina 20 años antes y que ahora le tendían los que entonces aguzaron la cuchilla. Los destacamentos enviados por el rey para detener al usurpador pasaban a engrosar las filas de Napoleón tan pronto como se lo encontraban. Se dice que en París apareció la siguiente pintada “Luis, no me mandes más hombres que ya tengo bastantes, firmado: Napoleón”. El Rey huyó y Napoleón reconquistó su corona Imperial.
El regreso de Napoleón tuvo la virtud de poner de acuerdo en algo a las Potencias del Congreso de Viena que estaban a la sazón a punto de declararse la guerra entre sí. Napoleón sabía esta vez que había que atacar rápido o el ejercito aliado sería irresistible. No se equivocaba pero los aliados tampoco se habían dormido en los laureles. El ejército Prusiano llegó justo a tiempo a las inmediaciones de Waterloo decidiendo la batalla que había de ser definitiva. Napoleón tuvo que abdicar (otra vez) tal día como hoy de 1815. Solo habían pasado 114 días desde su desembarco pero la historia prefiere los números redondos, así que la cosa quedó en Los Cien Días.
Esta vez su dimiuta isla de exilio estuvo en el Atlántico Sur y nunca más salió de ella. El resto del siglo tampoco fue fácil para Francia. Restauración, II República, II Imperio, III República y todo para acabar de nuevo siendo invadidos por los alemanes en la Gran Guerra. Seguro que más de un francés suspiraría entonces porque volviera Napoleón, aunque fuera sólo por 100 días más.